Tres padrinos / Tres hijos del diablo | |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
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Sinopsis: | ||
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Hay películas que, pese a que contienen cierto tufo moralista y alegórico sobre el cristianismo, no dejan de ser bellos retratos sobre los sentimientos y la redención debido a la naturalidad con la que tratan dicho aspecto. Ese es el caso de “Tres padrinos” (3 Godfathers, 1948), de John Ford, uno de los western más hermosos y reivindicables del director estadounidense con raíces irlandesas.
La película comienza con los tres forajidos protagonistas a la entrada del poblado Welcome, ellos son Robert (John Wayne), Pedro (Pedro Armendáriz) y William (Harry Carey Jr., hijo del actor de mismo nombre que trabajó en numerosas películas con Ford). Desde el comienzo nos presentan a esta peculiar y multicultural banda como unos bandoleros, si, pero con cierto toque de humor y camaradería que les hace humanos a los ojos del espectador. El robo al banco del pueblo provocará una persecución por el desierto donde el sheriff y sus ayudantes intentarán dar caza al trío protagonista. Pero todo cambia cuando éstos tres, agonizantes por la falta de agua, se encuentran una caravana abandonada y un bebé al que tendrán que cuidar…
Esta fácil premisa es el argumento de “Tres Padrinos”. Como os podéis imaginar no hace falta ser un lince para darse cuenta del carácter alegórico del film, emulando al pasaje de los Reyes Magos de Oriente y su peregrinación hacia Jerusalén, pero Ford lo adapta (aunque se trata de un remake) a un western para ofrecernos un viaje catártico de los tres protagonistas, que verán cambiados sus propósitos iniciales para poder cuidar al retoño.
Visualmente puede que estemos ante una de las mejores películas de Ford, gracias a la labor de Winton C. Hoch, director de fotografía que ya trabajó con el director en “Centauros del desierto” (The searchers, 1956), La legón invencible (She Wore a Yellow Ribbon, 1949), y El hombre tranquilo (The Quiet Man, 1952). Rodada en Technicolor, la película es un ejemplo de sofisticación y un excelente uso del color, donde Ford no se movía demasiado bien.
El resto de la película contiene elementos característicos de la filmografía de Ford, como los numerosos momentos musicales, la inclinación por el uso del montaje interno, los poquísimos movimientos de cámara, los increíbles exteriores de Monument Valley…un universo propio y reconocible en donde da gusto perderse y disfrutar de la gran capacidad de Ford para hacer verdadero cine. (tellez, FilmAffinity)
La película comienza con los tres forajidos protagonistas a la entrada del poblado Welcome, ellos son Robert (John Wayne), Pedro (Pedro Armendáriz) y William (Harry Carey Jr., hijo del actor de mismo nombre que trabajó en numerosas películas con Ford). Desde el comienzo nos presentan a esta peculiar y multicultural banda como unos bandoleros, si, pero con cierto toque de humor y camaradería que les hace humanos a los ojos del espectador. El robo al banco del pueblo provocará una persecución por el desierto donde el sheriff y sus ayudantes intentarán dar caza al trío protagonista. Pero todo cambia cuando éstos tres, agonizantes por la falta de agua, se encuentran una caravana abandonada y un bebé al que tendrán que cuidar…
Esta fácil premisa es el argumento de “Tres Padrinos”. Como os podéis imaginar no hace falta ser un lince para darse cuenta del carácter alegórico del film, emulando al pasaje de los Reyes Magos de Oriente y su peregrinación hacia Jerusalén, pero Ford lo adapta (aunque se trata de un remake) a un western para ofrecernos un viaje catártico de los tres protagonistas, que verán cambiados sus propósitos iniciales para poder cuidar al retoño.
Visualmente puede que estemos ante una de las mejores películas de Ford, gracias a la labor de Winton C. Hoch, director de fotografía que ya trabajó con el director en “Centauros del desierto” (The searchers, 1956), La legón invencible (She Wore a Yellow Ribbon, 1949), y El hombre tranquilo (The Quiet Man, 1952). Rodada en Technicolor, la película es un ejemplo de sofisticación y un excelente uso del color, donde Ford no se movía demasiado bien.
El resto de la película contiene elementos característicos de la filmografía de Ford, como los numerosos momentos musicales, la inclinación por el uso del montaje interno, los poquísimos movimientos de cámara, los increíbles exteriores de Monument Valley…un universo propio y reconocible en donde da gusto perderse y disfrutar de la gran capacidad de Ford para hacer verdadero cine. (tellez, FilmAffinity)